La cosa fue así. Todavía lo estoy viendo: Lionel metía un increíble pase filtrado. Y claro, si no eludía a todos los holandeses, hacía que la pelota solita pase entre todas las piernas y le llegue al compañero. Apareció Nahuel corriendo como un galgo. Le ganó la espalda a uno de los mejores centrales del mundo… bue, para mí los mejores son los nuestros. Nahuel siguió derecho al arco con bravura, con guapeza, y anotó rodando sobre el arquero y el pasto… sí, la camiseta se mancha, se mancha de tierra, de sudor… se mancha de orgullo. Volvimos a soñar con una semifinal, pero esta vez despiertos. Porque el pibe nos dio otra vida. Para gritar una y otra vez ¡vamos Argentina, carajo!
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